Esto sí me sucedió a mí.
Iba por una calle de París; en el Barrio Latino, como es fácil de suponer; cuando se me aproximó a grandes pasos un árabe gigantesco a quien conozco de vista:
-¿Me puedes prestar tu pieza hoy día? -dijo con voz de verdadera angustia-, quiero descansar.
-No; -respondí- hoy día es imposible.
Di media vuelta y estuve vagando muy regocijado por mi crueldad.
Esa misma noche en el "Mabillon" me informaron que el árabe se había arrojado al Sena. Era domingo y al saltar habría incomodado a los aficionados a la pesca. La noticia me extrañó, pues juzgaba que motivos de suicidio eran una pasión contrariada o la falta de dinero. Estaba seguro de que mi impiedad descorazonó al árabe al punto de repugnarle la humanidad. Mi respuesta había sido la gota que rebasó su desesperación.
Retorné a mi hotel y ascendí las escaleras silbando suavemente.
Mi habitación se advertía iluminadora a través de las rendijas.
Temeroso dí vuelta a la llave y abrí. Sentado en mi lecho estaba el gigantesco árabe con las manos cruzadas sobre el vientre.
-¿Qué haces aquí?- le pregunté.
-Estoy esperando que me saquen del río- repuso.
Lima, 1958.
*Extraìdo de: Cielo abierto, Vol. V, Nº 13-14, p. 55 . (Lima, 1981).
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