Ninguno de aquellos raros temperamentos quiere notoriedad y aplauso.
-Vivamos nuestra situación -me decía Antenor Orrego, altivamente-. No necesitamos de nadie. Y cuidemos que nuestra isla sentimental no se carcoma; y que ninguno se nos vaya.
Trujillo muy poco ha trabajado por el arte; pues su vida fue siempre fenicia y cartaginesa.
Pero una buena tarde de primavera, Orrego, entre el ir y venir de los negocios, detuvo el tono de la vida ciudadana, la grita mercurial y escribió Arte moderno, robusto estudio crítico de literatura. Y el bocinazo fue dar más lejos de lo imaginado. Lima le premió en el concurso literario de La Nación de 1913.
Orrego, en su fervorosa vida espiritual, se ha hecho de una culta tan ancha y tan honda, que a su edad de 24 años pocos acaso la poseen. Tiene gestos inauditos en nuestros días de falsedad y de pose. Yo le encaraba un día:
-¿Por qué no escribe, Antenor, por qué no publica?
-Antes que nada -me dijo con gran optimismo- hay que vivir la poesía de nuestra vida personal, cómo es, cómo se desliza, en desnudo, en plenitud de sangre, sin forzarla, sin mistificarla con nada artificial, ajeno o pegado, sin siquiera patinarla de colores que no le nazcan de adentro, que no le sean naturales. Y después de saber crear esta suprema obra de arte que se llama vida, el espíritu dará lo demás, cuando llenas nuestras propia copas el vino se desborde y se regale en espuma, rubíes o borbotear sinfónico.
Orrego, ante todo, es un pensador, maneja ideas, es un caso en la generación presente. En su rito estético el estilo es lo secundario. No le seducen el cuidado colorista, la bien labrado túnica. Ama algo más que la flor; la melodiosa insinuación del grano y la aurora preña de sol naciente; ama la idea entrevista o cuajada ya. No lo interesa el cristal que la transparenta. Busca la solidez máxima, la intensidad, que es la forma fecunda, absoluta y eterna de la belleza. Tal es su prosa. Y si no, apelo a Arte moderno, Egolatría alemana, estudio de la kultura teutona. Evocación colonial, cuento, otros artículos de crítica y sociología y otros cuentos.
José Eulogio Garrido es un cronista ya, de clara individualidad. Posee una vasta cultura. Ha publicado numerosas crónicas de costumbres indígenas, llenas de donosa ironía y de doloroso tono frívolo. Garrido odia el literaturismo frío, el literaturismo advenedizo, opuesto a la emoción personal, pura, bravía. Ágil y pulcro en el concepto, mira con abrupto panteísmo de primitivo, las criollas vidas serranas o las ruinas prehistóricas. Nadie, que no sea él, ha trabajado estos motivos con esa manera ática, ligera, sonriente, a la vez con ojos avizores de un tradicionalismo nacional tan sincero y profundo. De ahí, que su labor es de indiscutible originalidad en nuestra literatura.
Respira una más pronunciada indigenidad la obra de otro robusto prosador: Luis Armas. En Lima no pocos conocen aquella preciosa novela titulada Tana, que ha escrito Armas. Por la materia, por la arteria de la vida nacional y por la observación completamente individual que hay en este pequeño esbozo de epopeya indígena sin disputa, es un martillazo, que sobra para labrarse una fama. Armas tiene en preparación dos novelas de la misma entonación que Tana.
Estos tres escritores fundaron la revista Iris, de la que era director Garrido.
Federico Esquerre Cedrón es también una pluma de un raro metal. Es un principiante; y ya es un pensador. Aborrece la frase hueca, el relumbrón formal, manjar barato y ordinario de que tantas gentes gustan por acá. No imita a nadie.
Tiene hermosos trabajos de jurisprudencia internacional y su artículo sobre la liberación de Polonia vale por una revelación y por un triunfo.
El teatro ha tenido con Víctor Raúl Haya de la Torre un ensayista feliz en el boceto Triunfa vanidad que en Trujillo puso en escena Amalia de Isaura. Indudablemente en este esfuerzo de Haya, no se debe buscar sino el tanteo de un artista; y no obstante ser éste el justo alcance de Triunfa vanidad, cruzan por la obrita fuertes asomos de mérito y de aliento innegables.
José Félix de la Puente Ganoza es un temperamento definido. El público le conoce y se le ha juzgado ya con ocasión de su reciente novela La visión redentora.
Óscar A. Imaña, he aquí un poeta fuertísimo que irá lejos. Tiene apenas 24 años. En 1915 fue laureado en el concurso literario de las fiestas de Primavera, al que concurrió con su canto de juventud. Es atrevido y profundo en sus temas. En sus ojos de soñador, acaso asomen también, Verlaine, Silva, Darío, pero en cuanto éstos se han modificado por asimilación espiritual completa. Una idea de su postura de concepción y de la medida de su paso hacia la cumbre, dará el soneto "Cansancio", ese hastiado gesto del instinto en mitad de la vida, entre oscuros ímpetus de vuelo y de conciencia; ese tedio zenital de la célula.
Alcides Spelucín es un chico de 23 años. Es un poeta extraño, y es todo una promesa. Hoy viaja por Nueva York. Poe, Baudelaire, Gautier afinarán su lira.
Pero el culto por el plasticismo maravilloso, tangible, y audaz, cierto algunas veces a expensas de corazón, dan un trazo valientemente personal a sus versos. Véase el carbón felino y brillante, como azabache milagroso de leyenda hindú, salid de su yunque.
No me ocuparé del escultor Eduardo de la Torre, cuya labor de positivo mérito artístico, ha sido revelada ya en Lima.
Ya que estas líneas no son sino ligeras noticias para mayoría del público, queda tiempo y el campo se abrirá para que estos perfiles definan airosos la audacia edificante de una emoción nueva y epifánica.
Pero he creído un deber mío adelantarme, y vocear a todos los vientos cómo dice su palabra de luz esta falange bohemia y rebelde.
Estoy seguro que aquella no gustará de mi indiscreción.
Se reunirán en alguna velada de estío, bulliciosa y azul, y me condenarán haberlos denunciado.
Y el tiempo...
Trujillo muy poco ha trabajado por el arte; pues su vida fue siempre fenicia y cartaginesa.
Pero una buena tarde de primavera, Orrego, entre el ir y venir de los negocios, detuvo el tono de la vida ciudadana, la grita mercurial y escribió Arte moderno, robusto estudio crítico de literatura. Y el bocinazo fue dar más lejos de lo imaginado. Lima le premió en el concurso literario de La Nación de 1913.
Orrego, en su fervorosa vida espiritual, se ha hecho de una culta tan ancha y tan honda, que a su edad de 24 años pocos acaso la poseen. Tiene gestos inauditos en nuestros días de falsedad y de pose. Yo le encaraba un día:
-¿Por qué no escribe, Antenor, por qué no publica?
-Antes que nada -me dijo con gran optimismo- hay que vivir la poesía de nuestra vida personal, cómo es, cómo se desliza, en desnudo, en plenitud de sangre, sin forzarla, sin mistificarla con nada artificial, ajeno o pegado, sin siquiera patinarla de colores que no le nazcan de adentro, que no le sean naturales. Y después de saber crear esta suprema obra de arte que se llama vida, el espíritu dará lo demás, cuando llenas nuestras propia copas el vino se desborde y se regale en espuma, rubíes o borbotear sinfónico.
Orrego, ante todo, es un pensador, maneja ideas, es un caso en la generación presente. En su rito estético el estilo es lo secundario. No le seducen el cuidado colorista, la bien labrado túnica. Ama algo más que la flor; la melodiosa insinuación del grano y la aurora preña de sol naciente; ama la idea entrevista o cuajada ya. No lo interesa el cristal que la transparenta. Busca la solidez máxima, la intensidad, que es la forma fecunda, absoluta y eterna de la belleza. Tal es su prosa. Y si no, apelo a Arte moderno, Egolatría alemana, estudio de la kultura teutona. Evocación colonial, cuento, otros artículos de crítica y sociología y otros cuentos.
José Eulogio Garrido es un cronista ya, de clara individualidad. Posee una vasta cultura. Ha publicado numerosas crónicas de costumbres indígenas, llenas de donosa ironía y de doloroso tono frívolo. Garrido odia el literaturismo frío, el literaturismo advenedizo, opuesto a la emoción personal, pura, bravía. Ágil y pulcro en el concepto, mira con abrupto panteísmo de primitivo, las criollas vidas serranas o las ruinas prehistóricas. Nadie, que no sea él, ha trabajado estos motivos con esa manera ática, ligera, sonriente, a la vez con ojos avizores de un tradicionalismo nacional tan sincero y profundo. De ahí, que su labor es de indiscutible originalidad en nuestra literatura.
Respira una más pronunciada indigenidad la obra de otro robusto prosador: Luis Armas. En Lima no pocos conocen aquella preciosa novela titulada Tana, que ha escrito Armas. Por la materia, por la arteria de la vida nacional y por la observación completamente individual que hay en este pequeño esbozo de epopeya indígena sin disputa, es un martillazo, que sobra para labrarse una fama. Armas tiene en preparación dos novelas de la misma entonación que Tana.
Estos tres escritores fundaron la revista Iris, de la que era director Garrido.
Federico Esquerre Cedrón es también una pluma de un raro metal. Es un principiante; y ya es un pensador. Aborrece la frase hueca, el relumbrón formal, manjar barato y ordinario de que tantas gentes gustan por acá. No imita a nadie.
Tiene hermosos trabajos de jurisprudencia internacional y su artículo sobre la liberación de Polonia vale por una revelación y por un triunfo.
El teatro ha tenido con Víctor Raúl Haya de la Torre un ensayista feliz en el boceto Triunfa vanidad que en Trujillo puso en escena Amalia de Isaura. Indudablemente en este esfuerzo de Haya, no se debe buscar sino el tanteo de un artista; y no obstante ser éste el justo alcance de Triunfa vanidad, cruzan por la obrita fuertes asomos de mérito y de aliento innegables.
José Félix de la Puente Ganoza es un temperamento definido. El público le conoce y se le ha juzgado ya con ocasión de su reciente novela La visión redentora.
Óscar A. Imaña, he aquí un poeta fuertísimo que irá lejos. Tiene apenas 24 años. En 1915 fue laureado en el concurso literario de las fiestas de Primavera, al que concurrió con su canto de juventud. Es atrevido y profundo en sus temas. En sus ojos de soñador, acaso asomen también, Verlaine, Silva, Darío, pero en cuanto éstos se han modificado por asimilación espiritual completa. Una idea de su postura de concepción y de la medida de su paso hacia la cumbre, dará el soneto "Cansancio", ese hastiado gesto del instinto en mitad de la vida, entre oscuros ímpetus de vuelo y de conciencia; ese tedio zenital de la célula.
Alcides Spelucín es un chico de 23 años. Es un poeta extraño, y es todo una promesa. Hoy viaja por Nueva York. Poe, Baudelaire, Gautier afinarán su lira.
Pero el culto por el plasticismo maravilloso, tangible, y audaz, cierto algunas veces a expensas de corazón, dan un trazo valientemente personal a sus versos. Véase el carbón felino y brillante, como azabache milagroso de leyenda hindú, salid de su yunque.
No me ocuparé del escultor Eduardo de la Torre, cuya labor de positivo mérito artístico, ha sido revelada ya en Lima.
Ya que estas líneas no son sino ligeras noticias para mayoría del público, queda tiempo y el campo se abrirá para que estos perfiles definan airosos la audacia edificante de una emoción nueva y epifánica.
Pero he creído un deber mío adelantarme, y vocear a todos los vientos cómo dice su palabra de luz esta falange bohemia y rebelde.
Estoy seguro que aquella no gustará de mi indiscreción.
Se reunirán en alguna velada de estío, bulliciosa y azul, y me condenarán haberlos denunciado.
Y el tiempo...
Quevedo, N° 1, Lima (Perú), 1992.
*Extraído de: Crónicas de Poeta, César Vallejo, pp. 201-204. Selección de Manuel Ruano. Perú.
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