28 sept 2014

"Hablando con el señor Valdelomar", por Antenor Orrego

(Antenor Orrego - Abraham Valdelomar)

Sus impresiones sobre Trujillo. La ciudad colonial y la ciudad moderna.
Su gira por el norte. El desarrollo artístico local.

     En vista de la expectación que hay en nuestros círculos por asistir a la conferencia que mañana sábado a las 8 y media de la noche ofrecerá en el Ideal, el distinguido escritor, señor Abraham Valdelomar, que nos visita en misión especial de la intelectualidad limeña, hemos creído de interés hacer al Conde de Lemos el reportaje que aparece a continuación y en el cual el artista nos ha dado su opinión sobre una serie de asuntos con la galanura de estilo y la originalidad que le es característica.

    He aquí nuestra charla con Abraham Valdelomar:

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    -¿Qué impresiones tiene Ud. de su visita?

    -Las más gratas. No obstante de la fama muy justificada de que goza esta ciudad debido a la antigüedad de su origen, a la cultura de sus pobladores y a la riqueza fabulosa de sus valles, uno se encuentra sorprendido de su adelanto. Pizarro fue atinado en la fundación de Trujillo, cosa que no le ocurrió al ilustre porquero de Extremadura con algunas otras de sus fundaciones. No cabe duda de que en todas cometió el error de hacer poblaciones estratégicas para el futuro, pero lo eran para los tiempos de la conquista en los cuales la sierra o el alejamiento del mar constituían un peligro. Lima misma se vio sitiada por las huestes de Manco. Las grandes ciudades deben estar o en la orillas o muy lejanas del mar. Trujillo se ha salvado por la feracidad y la riqueza de sus valles. Para los que hemos espigado algo en los campos de la historia, las ciudades son como personas: tienen  una sicología especial, características; yo no puedo dejar de evocar, a cada instante, visitando esta ciudad del león airado, los épicos días de la conquista, los azares de los capitanes españoles, los días llenos de paz de la fundación de la ciudad, los primeros solares elevándose sobre la extensión desierta donde donde, dos siglos después, habrán de florecer los palacios, las regias moradas, las señoriales casonas, cuyas puertas severas, cuyas rejas de encajería, cuyos frontispicios soberbios, cuyos balcones graciosos, cuyos patios abiertos y cuya vida misteriosa, evocadora y melancólica, aún nos hablan de la grandeza
antigua, de la magnificencia espléndida, del espíritu caballeresco, de las nobles costumbres, del encanto imponderable de aquellos días... No sabe Ud. cuán largas horas me paso contemplando la silueta de un templo antiguo, de un palacio colonial o de un simple arco, de estos tantos que hay en Trujillo y que al crepúsculo -en estos maravillosos y pensativos crepúsculos- adquieren no sé qué extraño poder, qué inefable atractivo, qué fuerza imperiosa que arrastra a otros días, a otros años, a otros siglos...

    -¿Cree Ud. que conserva aún la ciudad un sello colonial?

    -¿Quién puede dudarlo? Y esto, precisamente, constituye su principal atractivo. Está muy bien que la ciudad  se modernice y adquiera todos los elementos del más exquisito confort, pero conservando y respetando su carácter antiguo, caballeresco, legendario y noble. Me ha encantado, por ejemplo, el soberbio edificio municipal, que es timbre de honor de la ciudad y de su generoso donador. No hay en el Perú entero una Municipalidad más correcta y lujosa. Pero se me ocurre que los balconcillos coloniales que con este edificio forman ángulo, le dieran más realce, por una ley de contraste.

    -¿Conoce Ud. a algunos artistas trujillanos?

    -He conocido a algunos. En Lima conocí al poeta César A. Vallejo, y hasta escribí algunas palabras en su elogio. Vallejo es un poeta. Hemos, por desgracia, abusado de este título. Vallejo es un poeta en la más noble acepción de la palabra. Pienso ocuparme de su obra, en detalle, cuando escriba el prólogo que me pidió para su hermoso y raro libro de versos Los heraldo negros. He conocido y escuchado aquí a un notable artista que ya es un excelente amigo mío: Carlos Valderrama. He aquí un temperamento de una fuerza intuitiva desconcertante, de una fantasía tropical, de una fe inquebrantable, de un optimismo poco nacional. Valderrama no parece criollo. Los criollos no sirven más que para envidiar, para criticar, para maldecir, para arrojar piedras al camino. El primer trabajo de un artista en e Perú, consiste en evitar que lo aplasten. Carecemos del noble sentimiento de estimular, de ayudar al que empieza, de dar la mano al que vacila. Triunfar en el Perú es mil veces más difícil que triunfar en Francia... ¡Cuánto me ha costado, amigo mío, levantarme desde mi humildad y pobreza, desde mi insignificancia anónima, hasta llegar a sentirme dueño de mi arte! Y aún estoy al comienzo de la lucha. También he conocido a uno de los espíritus más selectos de Trujillo, al señor Daniel Hoyle. Créame usted que no hay en el Perú muchos espíritus de tales condiciones. Conozco a Macedonio de la Torre, un excelente temperamento de artista que podría ser escultor si se lo propusiera; a Ricardo Rivadeneira, uno de los más simpáticos y edificantes ejemplares de la joven generación nacional; lo conozco a usted...

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    Tuve la suerte de conocer en Lima a los señores don Luis José de Orbegoso y a don Cecilio Cox, representantes por estas provincias, cuya labor honrada, independiente y patriótica y sus excelentes dotes personales les han captado las simpatías de los elementos periodísticos en la capital; conocí igualmente al joven y brillante maestro, al optimista y sano espíritu de Álvaro de Bracamonte; sobre todas estas cosas escribiré mis impresiones a los periódicos que represento. No quiero dejar de hablarle a usted de uno de mis más antiguos compañeros, el señor José Félix de la Puente, autor de la hermosa novela de costumbres La visión redentora y de otra no conocida y en mi concepto mejor aún: Flores rojas. De la Puente es uno de los temperamentos artísticos más sutiles y exquisitos con que cuenta la literatura nacional. Tengo un estudio sobre su novela que publicaré en breve.

    -¿Piensa Ud. volver a Lima?

    -Por ahora, no. Sigo mí turnée por todos los pueblos del norte. Llegaré a Guayaquil y Quito, volveré directamente a Chile. En Antofagasta tengo contratada una conferencia y de allí pasaré a Valparaíso y Santiago, donde tengo grandes amigos y vehementes admiradores.

    -¿Tiene Ud. algunos libros en preparación?

   -Tengo en presa Belmonte el trágico, Neuronas, libro de filosofía, y Fuegos fatuos, colección de ensayos de humour. Y listos para entregarlos, un libro de leyendas incaicas, Los hijos del Sol, una colección de novelas cortas La ciudad de los tísicos, un libro de crónicas Decoraciones de ánfora, prologado por José Vasconcelos, el insigne esteta mexicano, mi tragedia Verdolaga y mis tres últimas novelas: "El Príncipe Durazno." "El extraño caso del señor de Huamás" y una cuyo título, como Ud. ve es intraducible y que es lo mejor de mis últimos trabajos.

    -¿Qué edad tiene Ud.?

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    -¿Cuál de los cuentos de El Caballero Carmelo le gusta más?

    -El Caballero Carmelo a pesar del entusiasmo de la crítica, es lo que menos vale de mis obras. Sin embargo, allí hay dos cuentos que me placen: "Hebaristo, el sauce que murió de amor" y "Finix Desolatrix Veritas".







   [Ën La Reforma. Trujillo, 26 de mayo de 1918. Luego, se reprodujo en Sudamérica N° 25, Lima, 8 de junio de 1918. Seguimos el texto de La Reforma. La entrevista de Antenor Orrego no lleva firma.]




*Extraído de: Valdelomar por él mismo, Tomo II,  Editor: Ricardo Silva-Santisteban, págs. 366-369, Fondo Editorial del Congreso del Perú (2000).

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