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(Antenor Orrego por Esquerriloff) |
-Para matar la ambición inferior, la pequeña ambición, no hay sino un camino: superar la ambición hasta hacerla positiva y creadora. Sólo así la apetencia hedonística se hace heroicidad virtual. En la médula de las más grandes santidades hay una pasión o varias pasiones desordenadas que al superarse y vencerse se hacen humildad virtuosa por amplificación y anchura de panorama.
-El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumentos del espíritu. El concepto común sobre el aplastamiento o extirpación de las pasiones, es un sentimiento suicida que tiende a convertirnos en eunucos morales. El hombre vale por sus más fuertes impulsos, es decir, por sus más fuertes pasiones. La más de las veces éstas se tornan negativas porque no se ennoblecen. He aquí el pecado.
-Hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser. La educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelar a su capricho. Un poco más de reverencia ante ella hace falta. El alma de cada niño tiene demasiado porvenir para que el pasado pretenda formarla.
-El único pecado de la vida es la infidelidad de cada cosa o de cada ser a sus fines. Las pasiones se hacen pecados cuando traicionan a su destino. Se truecan, entonces, en apetito, es decir, en negación vital. La negación en medio del espectáculo del Cosmos en que todo se afirma por la propia gravitación del destino, es lo monstruoso.
-Si el hombre supiera que el destino es libertad estaría salvado para siempre.
*Extraído de: "El Monólogo Eterno", Antenor Orrego, págs. 16-19 ( La Razón, 1977).
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