Una aurora sonriente ilumina los espacios,
en la sombre se difunde misteriosa claridad,
las flores en el campo, cual rubíes y topacios,
con brillantes de rocío embellecen los palacios
que formó la naturaleza en la glauca inmensidad.
De los árboles se mueve el tupido cortinaje
y las aves se despiertan al divino resplandor;
con las curvas de su vuelo amenizan el paisaje,
que completa majestuoso el granítico ropaje
de los cerros que, allá lejos, van cambiando de color.
De mujer la forma esbelta se destaca en la penumbra:
descubierta está la frente y el cabello sin prender;
lleva flores en las manos y besándolas camina;
se va sola, triste, como errante golondrina
que no tiene alar amigo que la pueda guarecer.
Lentamente se va hollando de ventura suave alfombra;
ya se inclina y su arroyo la retrata en su cristal;
se arrodilla, mira el cielo y parece que se asombra,
que descubre por las nubes algo amado que ella nombra,
y se anima sus semblante con sonrisa virginal.
En la torre de la iglesia la campana clamorosa,
junta enternecida las manos con unción.
como si el sonido fuera el destello de la idea
que despierta el sentimiento en la loca de la aldea,
generando nuevo ritmo en su enfermo corazón.
Pobre loca peregrina, solitaria ríe y reza,
la mata el desencanto y no ve la realidad;
crea un mundo de ilusiones, de cariño y belleza.
Vive del ensueño en a mágica grandeza,
caminando con sus flores en la glauca inmensidad.
Y el paisaje cristalino, con su rara transparencia.
parece alma indiferente a la vida del dolor.
Y es un marco que rutila el sufrir de una existencia
con diversas gradaciones de rica florescencia,
coloreada, en la aurora, por espléndido fulgor.
*Extraído de: "La Vocación del Amor en la Poesía de María Negrón Ugarte"- Saniel E. Lozano Alvarado & Teresa González Orbegoso (1990).
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